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Querido diario

Mamá en tiempo de pandemia, no estás sola.

A todas las mujeres que hemos sido mamás por primera vez en los últimos dos años nos ha tocado vivir un inicio de maternidad difícil. Está claro que todos lo son, no digo lo contrario, pero el nuestro se ha visto agravado por todo lo que está pasando (no hace falta describir a qué me refiero). Y digo mujeres a conciencia y no se enfade aquí nadie, porque es una realidad que por mucho que hayamos progresado lo de la maternidad y la paternidad en los primeros meses/años de vida sigue estando a años luz de distancia.

Nos ha tocado una maternidad solitaria (más aún de lo habitual) y llena de dilemas. Una maternidad sin tribu, sin mamás en el parque, sin actividades… Durante estos meses he leído y escuchado muchos testimonios de madres más experimentadas que relatan lo difícil que fueron los primeros meses y que el poder charlar con otras madres en un parque, grupos de lactancia, actividades… suponía un espacio de comprensión y desahogo. Pero nuestra generación de madres hemos perdido esos momentos de sororidad. El confinamiento nos aisló del mundo haciéndonos cargo de un cóctel explosivo en uno de los momentos más vulnerables física y emocionalmente de nuestras vidas. Pero, por supuesto, «podemos considerarnos unas afortunadas, a pesar de todo hay quien lo está pasando mucho peor» ¿Es un consuelo el compararse con los demás?

Por suerte, por verle un lado positivo a todo esto, somos la generación más tecnológica de la historia y las redes sociales han mostrado en estos últimos meses su cara más amable. Los grupos de Whatsapp, de Facebook, las plataformas de madres (Como Madresfera o Malasmadres) han hecho las suertes de sustitutas de esa tribu inexistente. En estos grupos he visto una explosión de participación con mamás (porque somos 99% mujeres) desahogándose, exponiendo sus dudas, contestando… pero sobre todo APOYANDONOS. Encontrando en una desconocida, en un comentario, unas palabras de apoyo que demuestran que a pesar de lo que pueda parecer NO ESTAMOS SOLAS. 

Y es precisamente en estos grupos donde he leído comentarios, como ecos de mis pensamientos, sobre todo lo pasa por nuestras cabezas: que mi bebé no se relaciona con nadie más que su padre y yo, que no ha conocido a otros bebés, que no se si llevarlo a la escuela infantil, ¿Cómo les afectará todo esto en el futuro?, entre otras mil dudas comunes a una maternidad habitual en nuestra sociedad y específicas de todo este momento. 

Seguramente esta generación (niños menores de 2años) apenas recuerden nada de lo que ocurre y aquí estamos nosotras haciendo lo imposible para que ellos ni se den cuenta de nada. Son niños que en sus primeras salidas a la calle han visto al resto del mundo con mascarillas como si para nosotros fueran unas gafas de sol. Algo que para ellos es lo más normal del mundo. Niños que o no han visto a sus abuelos (un día un señor me paró en el centro comercial con cara de ilusión y tristeza para preguntarme cuantos meses tenía mi bebé. Me contó que parecía tener los mismos que su nieta, que vivía en Alemania y que con casi un año no había podido ir a verla) o que los ven poco. Son niños de la nueva normalidad. 

Y me hace cierta gracia, como prueba de lo que siempre ha sido, como somos invisibles. Se ha hablado tanto de los niños en esta vuelta al cole pero a los bebés y sobre todo a nosotras las mamás primerizas, pasamos totalmente inadvertidas y parece que solo somos nosotras, las que estamos viviendo esta realidad en estos momentos las que hacemos todo lo posible por ayudarnos. 

Nuestra maternidad ha comenzado con un montón de palos en las ruedas (del carrito), que vamos sacando poco a poco, como podemos, unas con más ayuda y otras con menos, con muchas dosis de frustración, de culpa, de inseguridades, incertidumbre y miedos. 

La escuela infantil

Y en medio de este verano del amor (por nuestros bebés, por supuesto), surge un gran dilema ¿Lo llevaremos a la escuela infantil en septiembre? El inicio del curso más raro del último siglo nos plantea muchos dilemas. Los que tienen hijos en edad escolar pueden estar o no de acuerdo con llevar a los niños al colegio pero hay una máxima por encima de todo ¡Es obligatorio por ley!, aunque a los dos días vuelvan a casa de cuarentena. Pero estos bebés, cuya educación no es obligatoria, nos pone a los padres contra la espada y la pared valorando los riesgos y beneficios que supone llevarlos a su primer contacto independiente con el mundo exterior. 

Hay a quien no le quedará otra que optar por la escuela infantil para poder trabajar, hay quien a pesar de querer hacerlo prefiere no llevarlo buscando ayuda en la familia o la pareja. Hay quien decidirá renunciar a todo y quedarse en casa junto a un feliz bebé. Habrá de todo… Pero en todos los casos el dilema está servido. Un dilema que destapa otro de los grandes problemas de la sociedad ¡La conciliación! 

Porque a nuestra generación de mujeres nos educaron para ser fuertes e independientes, para creer que podríamos lograr todo lo que queríamos. Y estas doctrinas, grabadas en nuestro ADN chocan de lleno con la realidad, una realidad que dice que para que una mujer que ha sido madre recientemente pueda trabajar, haya que mover un complejo engranaje de personas (abuelos, pareja, cuidadores…) . Una realidad que muestra que hay muchas parejas (hombres), que a pesar de vivir en el 2020 no ponen de su parte para que podamos continuar nuestra vida más allá de la maternidad, una realidad que demuestra que sin ayuda te puedes olvidar de todos tus objetivos laborales y de ocio (durante unos años al menos). Una realidad que nos lleva a la frustración (de nuevo) y a la culpa, a la inseguridad, al desconcierto. 

Cada una saldrá de ello como pueda, priorizando a su bebé (si se lo puede permitir económicamente), a su trabajo o buscando otro que le permita conciliar mejor, recurriendo a los abuelos, amigos o cuidadores, haciendo malabares con sus parejas… Y lo sobrellevaremos con una sonrisa, muchos besos, mimos, juegos y abrazos, intentando abstraer los problemas o centrar la atención en lo que podamos sacar de bueno de todo. 

Y por supuesto lo superaremos, la sonrisa de un bebé es el mejor antídoto, pasarán los años y si ninguna otra cosa lo impide, aquí seguiremos, siendo mujeres fuertes pero,  quizás, un poquito más apagadas, más cansadas, más desesperanzadas, o quizás más sabías, más fuertes, con más ganas de luchar. Porque, al final todo esto, todo lo que he dicho aquí, no deja de ser un grito feminista, un texto para mostrar una realidad invisible en medio de una tormenta. Un mensaje de apoyo para todas las mujeres en esta situación, porque NO ESTAMOS SOLAS, y aunque está siendo más difícil de lo habitual, saldremos de ello y cuando podamos (entre pañal, comida y juego) tendremos que seguir luchando por el futuro, por nuestras hijas (e hijos) porque por ellos, lo que haga falta, pero no nos olvidemos que por nosotras TAMBIÉN. 

 

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